Por
Stanley Collymore
La amistad genuina es un activo
indispensable sin el cual ninguna relación que merezca tal nombre puede afirmar
lógicamente, en cualquier circunstancia dada, que carente de ella, ya sea
intencionalmente o desventuradamente irreflexiva, su cínica deserción o su
elusión irresponsable no importa, en realidad, la noción espuria de que la
vida, en relación con los interesados, será fundamental, e incluso
inexorablemente, como anteriormente continuaron igual.
Personalmente, nunca o alguna vez abogaré
por una ilusión tan absurda o un concepto tan dudoso, y explico tanto más por
qué su preciosa amistad Jana claramente lo hace y siempre significará tanto
para mí.
Ustedes Jana y yo somos totalmente
desconocidos en todos los aspectos imaginables hasta que involuntaria pero
auspiciosamente nos encontramos; sin embargo, desde ese primer encuentro
memorable y más animado, de manera bastante fortuita, mutuamente atrayente,
marcadamente apreciativa y alegremente celebratoria, se convirtieron no solo en
amigos firmes sino también duraderos.
Una relación firme que se debe
principalmente en gran medida a las cualidades femeninas consumadas,
características, encantadoras y profundamente arraigadas que Jana posee tan
abundantemente pero exhibe sin pretensiones.
Y con estos activos evidentes y mejorados
integrados total y permanentemente, como sin duda lo son, con su inteligencia
manifiesta, discernimiento, conducta culta, perspicacia, bon mot, perspicacia y
un ineluctable carisma sexual que cautiva con entusiasmo la mente y estimula de
manera penetrante las propensiones físicas de todos los hombres genuinamente de
sangre roja e indiscutiblemente heterosexuales, hacen de Jana la encarnación
elegante de lo que es definitivamente lo mejor que hay sobre el género femenino
ejemplar y su correspondiente feminidad.
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